lunes, 12 de enero de 2009

Algo que contar...

Cuando los padres de Alina le dijeron que era hora de empacar sus pocas pertenencias para marcharse a un país cuya lengua conocía vagamente de palabras dulces y cuentos de hadas que su abuela solía contarle, se le cayó el mundo a los pies. Aquel invierno había culminado en un frío que no sólo era causa de temperaturas bajo cero con la consiguiente helada y nieve copiosa que no daba tregua, sino también en el frío que se había instalado en los corazones de los padres de sus amigos tras sufrir el látigo del fin de una guerra y la caída de un dictador que había manchado tantas almas inocentes sin que nadie pudiese evitarlo en mucho tiempo. Muchos padres, como los de Alina, resistieron bajo una máscara que se auto impusieron por miedo a las represalias de ser y pensar diferentes a aquel régimen. Pero el fin del terror no había traído sino más pobreza y pesar sobre las familias alemanas y muchas de ellas decidieron que para sobrevivir, tenían que marcharse lejos.


 

Aunque todavía no he acabado de escribir la primera novela que comencé hace ya tanto tiempo – parece que hayan pasado décadas cuando en realidad sólo son dos años y un puñado de meses – se me ocurrió que podría escribir algo más personal. Bueno, ¿qué hay más personal que escribir sobre los propios sueños que me persiguen desde bien chiquitina? Pues sí que lo hay: no sobre mi sola, sino sobre la historia de una familia, de varias generaciones. Quizás no es del todo cierta, desde luego, pero es parte de mi historia, parte de mi bagaje personal, algo que es parte de mí, aunque no haya vivido en vida todo aquello sobre lo que pienso escribir.

 

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